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Espíritu de aprendizaje, espíritu de responsabilidad

Cuando era un niño, Mencio vivía con su madre, la señora Meng, cerca de un cementerio. El pequeño iba imitando lo que veía: se ponía a llorar con los deudos que iban y venían, y hasta jugando con otros niños su diversión era construir tumbas. La señora Meng pensó que este no era un lugar ideal para criar a su hijo, y decidió mudarse a otro vecindario. Al poco tiempo se cambiaron a una casa en el centro del pueblo. El nuevo barrio estaba lleno de comerciantes, y no pasó mucho tiempo antes de que la señora Meng se hartara de los gritos de “¡Compre, compre!” que no paraban nunca, además de que de nuevo, Mencio empezaba a imitarlos en sus ademanes. Pensando que esta tampoco era una buena influencia para su niño, decidió mudarse una vez más.Al final encontró una pequeña casa en un barrio cercano a una escuela. La señora estaba feliz: el pequeño estaría ahora en contacto con eruditos y estudiantes, y naturalmente tomaría gusto por el estudio. Incluso en sus tiempos de ocio, podría poco a poco familiarizarse con la etiqueta de los letrados y poner atención a los ritos y las ceremonias formales.Pero un día, Mencio se fue de pinta y regresó temprano a su casa, donde la señora Meng estaba ocupada en el telar. Al verlo llegar a esa hora y comprender lo que había hecho, enojada tomó unas tijeras y cortó en dos la tela en la que había estado trabajando por días. Con expresión severa, le dijo a su hijo:“Estudiar es igual que tejer en el telar: es un trabajo que se va acumulando centímetro a centímetro, hasta completar un metro y luego dos, para luego poder hacer una túnica. Sólo con el paso del tiempo, la perseverancia te recompensará con el carácter que has creado y que será útil en tu vida. Pero si dejas las cosas a la mitad del camino, es como esta tela que acabo de cortar en dos antes de terminarla: se ha vuelto inútil.”
Esta historia, que es bien conocida desde siempre, se incluyó en el “Clásico para Pequeños Estudiantes” (弟子规, dìzǐ guī), un libro de moralejas rimadas que los niños chinos aprenden a declamar de memoria desde el s. XIII y que se sigue usando en las escuelas de verano. Un ejemplo reciente de esta actitud es el libro “Battle Hymn of the Tiger Mother” (2011) de la abogada sinoamericana Amy Chua; cuya publicación causó revuelo en Estados Unidos por las descripciones de lo estricto que es ella con la educación de sus hijas. A muchos estadounidenses les faltó poco para acusarla de abuso de menores, pero en China su historia se considera lo más natural del mundo.
Esto es en cuanto a los padres respecto a sus hijos, pero hay un número igual de importante de cuentos que muestran a niños estudiando tenazmente por su cuenta, como Che Yin (车胤; Dinastía Jin, 265-420), que estudiaba por las noches a la luz de las luciérnagas que atrapaba cada tarde; o el pensador Wang Chong (王充; Dinastía Han Oriental, 25-220) que de niño estudiaba leyendo de pie en los mercados, aquellos libros que era muy pobre para comprar. La mentalidad de trabajar ó estudiar de una forma que es casi sobrehumana para estándares occidentales, es parte del código genético de la cultura china. Este chiste lo ejemplifica vivamente:
A un restaurante llega un tipo gordo y ruidoso, vestido con ropas que se ven que son carísimas y con cadenas y esclavas de oro brillando por todos lados. Trae consigo a una panda de acólitos igualmente ruidosos que se sientan en la mejor mesa. El tipo gordo empieza a pedir botellas de la mejor champaña y los platillos más caros del menú, a fumar puros y presumir de sus carros. El mesero mexicano ve todo aquello y piensa para sí, “Seguramente su dinero es mal habido, o lo hizo gracias a su familia o a alguna relación que tiene con algún poderoso; y ultimadamente todo ese dinero no lo va a hacer feliz.” El mesero chino ve exactamente la misma escena y piensa, “Yo quiero llegar a tener ese nivel de prosperidad. Si trabajo duro y ahorro, lo puedo lograr.”
Desde luego, la retórica no lo es todo. China tiene actualmente muchísimos problemas de todo tipo, y el de la educación no es el menor de ellos. Sus sistemas educativos necesitan modernización, y el desempleo para gente con educación superior poco a poco se vuelve un problema más visible. Pero habiendo pasado muchos años en China y siempre dentro del ámbito educativo, no puedo menos que envidiar mucho del entramado cultural básico referente a la importancia y celebración de la educación, que es ampliamente aceptado en esta cultura. En especial si la comparo con México, donde no sólo existe una generalizada idea de “burlarse del cerebrito”, sino que en años recientes ha habido un proceso paulatino de pérdida de status social del maestro.
En China, la Revolución Cultural, esa espantosa locura colectiva de fines de los 60s que minó nó sólo un sistema educativo en vías de modernización sino la dignidad misma de los maestros, fue repudiada completamente, y de 1993 a 2003 se realizó un importantísimo y titánico trabajo de reforma educativa. Li Lanqing (李岚清), el responsable de la organización de tal esfuerzo, apunta en sus memorias, “Education for 1.3 Billion”, que el primer paso que se tuvo que dar fue la restauración del estatus social de los maestrosy el destinar cantidades astronómicas de dinero para que incluso maestros rurales y vocacionales tuvieran condiciones de trabajo dignas y que la enseñanza volviera poco a poco a ser la celebrada profesión que siempre ha sido en China. Hoy en día el país está embarcado en una “segunda fase” de reforma, con temas como la modernización de sus currículums y elpromover la creatividad, cosa tradicionalmente ausente del aula china.
En México por el contrario, desde la segunda mitad del siglo XX se ha dado una pérdida en el estatus de las escuelas técnicas y vocacionales, y el énfasis en el estudio de la ciencia sigue muy atrasado. Pero no sólo eso, sino que el maestro en sí ha perdido parte importante de, digamos, su imagen ante el alumno, en todos los grados. Las modernas ideas de liberalización del aprendizaje, el “dejar que el alumno aprenda a su ritmo” y el correcto repudio de métodos antiguos de disciplina han sido valiosos, pero quizá un celo excesivo en su aplicación han causado que el maestro en efecto se sienta intimidado antes sus alumnos y que no pueda siquiera disciplinarlos mínimamente, por miedo a represalias y a ser calificado de abusivo. Nadie dice que hay que volver a aquello de que “La letra con sangre entra”, pero hay un mínimo de respeto que es requerido ante un profesor, y eso va en declive.
En diciembre de 2014 por ejemplo, hubo un incidente en el Instituto Politécnico Nacional. La universidad fue tomada por alumnos en protesta por ciertos cambios que fueron propuestos a su administración. Hasta ahí más o menos bien la cosa, pero al final, en la mesa de negociación entre los representantes de los alumnos (17-19 años) y el rector Enrique Fernández Fassnacht –un hombre correctísimo y de blancos cabellos– a mí por lo menos me dio un sentimiento horrible de vergüenza al ver la forma en que los jóvenes se dirigían al rector; con una falta de respeto hacia una persona que se agrega al constante socavo del respeto a la institución, y a la educación en sí misma. Si es válida la crítica y la protesta, también lo es la civilidad y el respeto a esas cosas que llamamos ideales y que son más altas que cualquier individuo.
Mi profesor de quinto año de primaria se hizo conductor del autobús escolar porque ganaba más dinero de esa forma. Los profesores chinos, en condiciones lamentables en los 70s y hasta principios de los 90, mientras tanto han ganado muchísimo terreno en el sentido económico y de estatus social. En Corea del Sur, un país con tradiciones educativas igual de obsesivas que China, los mejores y más populares maestros se vuelven incuso multimillonarios.
En Occidente hemos hecho más amable la educación con muchos métodos modernos, pero mientras tanto los niños chinos salen de su país y arrasan con las notas más altas en cualquier lugar al que van, por más que sean considerados como los más difíciles. Justo en noviembre de 2014 un grupo de profesores ingleses estuvo en Shanghai re-aprendiendo métodos tradicionales de “gis y pizarrón”, o sea de menos interacción y más educación de un solo sentido, porque han visto que ha declinado mucho la eficiencia de la enseñanza de las matemáticas y de las ciencias en su país. Por otro lado, también es de resaltar que aunque ciertas materias sí se pueden beneficiar mucho de este tipo de enseñanza más tradicional, no se requiere tampoco copiar el proceso altamente estresante de los exámenes chinos, que están más diseñados para su cultura y su demografía.
Todo mundo tiene sus propios problemas, y cada quien puede aún mejorar mucho en la educación; más ahora que vivimos en una era de rapidez y cambios vertigionosos, de actualizarse o quedarse atrás. En este sentido, China aún puede enseñarle mucho a Occidente y me parece que muy en particular a Hispanoamérica, donde la técnica y la ciencia se han quedado rezagadas, y donde podríamos darle buen uso a ese alto sentido del deber y de celebración hacia el aprendizaje.
En diciembre de 2013, uno de los mensajes que se volvieron más virales en China fue de un artículo acerca un director de escuela taiwanés, dando el discurso de despedidapara la clase que se graduaba. Su mensaje fue este: “Hay una frase que dice: ‘Subimos o caemos juntos; todos somos responsables’. Pero no me gusta cómo suena, porque donde todos son responsables, nadie termina siéndolo. Quiero que cambien esa frase, y se la lleven con ustedes para toda la vida: ‘Subimos o caemos juntos; yo soy responsable’.”

Nací en Monterrey, México, y estudié ingeniería y música aunque parezca estrambótico. En 1991 empecé a estudiar artes marciales y fue tanto el amor que me llevó a China en el 2000. Creí que venía por seis meses, pero fui aprendiendo el idioma y luego estudiando en el Centro Internacional Wan Lin Jiang de Economía y Finanzas. Al final terminé siendo profesor de economía, historia y kung fu (¡!) para extranjeros en la Universidad de Zhejiang, en la ciudad de Hangzhou. Mi interés siempre ha sido la educación y la divulgación entre China e Hispanoamérica, lo que me ha llevado a traducir libros clásicos chinos al español y ser tutor de negocios para gente que viene a estudiar a esta hermosa e inabarcable nación.