EXPLICANDO LA CRISIS ESPAÑOLA Y EL “MILAGRO” CHINO DESDE UN ANÁLISIS CULTURAL
INFORMACIÓN DEL AUTOR
Me llamo Javier Tellechea y soy un investigador social residente en China desde Septiembre de 2011. Durante este tiempo he realizado estudios de campo que me han llevado a cooperar con diversas universidades, empresas y órganos del gobierno en China. En estos momentos disfruto de una beca de doctorado del Instituto Confucio y resido en Changchun, Jilin. Mi objetivo es ofreceros el entramado social y cultural de los fenómenos chinos para que comprobéis que, en el fondo, no somos tan diferentes. Puedes leer todos mis artículos en el blog Historias de China.
Llegué a China por primera vez en septiembre de 2011, en plena borrasca de la crisis económica, con la intención de investigar sobre la relación entre los valores éticos tradicionales y el auge económico del país.
El caso es que, durante estos dos años y pico estudiando los distintivos de la educación familiar y escolar, la profesionalización de los universitarios, o el carácter distintivo de las empresas chinas, he aprendido casi tanto sobre la sociedad española como sobre la china.
Antes de embarcarme en el trabajo de campo ya me había topado con varias referencias a este curioso fenómeno, pero no tenía ni idea de que eso de mirarse a sí mismo en el reflejo de otra cultura pudiese llegar a ser tan enriquecedor.
Claro que, ese enriquecimiento no se produce por las buenas, y antes de ser capaz de verse en el espejo de “los otros” hace falta abandonar ese tentador vicio etnocentrista que supone tratar de proyectarse a uno mismo y a sus referentes culturales sobre los demás.
Y fue precisamente de ese modo como acabé dándome cuenta de que, desde un punto de vista antropológico, compartimos con los chinos tantos o más rasgos que los que nos unen a ese, sin duda, singular modelo de sociedad que promovió el protestantismo, en especial aquel de corte calvinista.
Max Weber, uno de los “gigantes” de la sociología, consideraba que el calvinismo fue una pieza fundamental para el desarrollo del capitalismo, ya que, según explicó en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, su particular visión de la predestinación generaba un enorme nivel de tensión entre este mundo y el otro mundo a sus creyentes, quienes abrazarían la solución del trabajo ascético como forma de alivio.
Dicho de otro modo, el calvinismo, que era, en esencia, otra forma de puritanismo, contribuyó a generar un estilo de vida que elevó al trabajo como principal forma de realización personal y colectiva. Pero olvidémonos de eso de gozar de los frutos del trabajo, porque desde la particular perspectiva del calvinismo, esa actitud, tan propia del catolicismo, constituía un detestable signo de hedonismo y una distracción fatal a la hora de tratar de averiguar si uno estaba destinado a la salvación.
Es por ello que, según sostenía Max Weber, fue en las áreas de influencia del calvinismo donde se produjo una mayor capacidad de ahorro y acumulación de capital, requisitos indispensables para poner en marcha ese proyecto profundamente transformador que conocemos como Revolución Industrial.